viernes, 8 de marzo de 2024

Oda a la soledad - José Ángel Valente


Ah soledad,
mi vieja y sola compañera,
salud.

Escúchame tú ahora
cuando el amor como
por negra magia de la mano izquierda
cayó desde su cielo,
cada vez más radiante,
igual que lluvia de pájaros quemados,
apaleado hasta el quebranto,
y quebrantaron al fin todos sus huesos,
por una diosa adversa y amarilla.

Y tú, oh alma,
considera o medita
cuántas veces hemos pecado en vano
contra nadie y una vez más aquí fuimos juzgados,
una vez más, oh dios,
en el banquillo de la infidelidad
y las irreverencias.

Así pues, considera,
considérate, oh alma,
para que un día seas perdonada,
mientras ahora escuchas impasible
o desasida al cabo
de tu mortal miseria
la caída infinita
de la sonata opus
ciento veintiséis
de Mozart
que apaga en tan insólita
suspensión de los tiempos
la sucesiva imagen de tu culpa.

Ah soledad,
mi soledad amiga, lávame,
como a quien nace,
en tus aguas lustrales
y pueda yo encontrarte,
descender de tu mano,
bajar en esta noche,
en esta noche séptuple del llanto,
los mismos siete círculos que guardan
en el centro del aire tu recinto sellado.

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